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jueves, 12 de noviembre de 2009

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¡Salvemos a Barahona!

Autor: Julio Gómez F.


¡Barahona!
¡Tierra de esperanzas!...
Hoy comparto contigo tu nostalgia
viendo que manos insensibles
hieren y agreden de muerte tu corazón,
y rasgan tus venas llenas de vida.
Con ansia despiadada desangran
el verde pulmón que purifica el aire
que respiran los obreros del muelle
y del Ingenio
y los de la Zona Franca del Batey.

¡Por Dios, hermanos!
que nadie se atreva aniquilar
el bosque verde
que añoraron los ancianos del pueblo…
Oíd mis consejos y mis quejas:
Rescatemos el orgullo
de esta joven ciudad
que apenas empieza a vivir
aferrada a la virgen Cordillera

Os repito:
¡Detened tan impía embestida
en sus bosques vírgenes
y en su fauna natural!
Proteged su inocente y fecunda pradera.
Renovemos el alma de Casandra,
tan soberana cual la hermosa primavera.
Dejad pues que Palmarito renazca en su verdor.
Permitid que Camboya
florezca de nuevo como ayer.
Hacer que Pueblo Nuevo
bañe sus niños
en la noria dulce y fría del Birán.

¡Les ruego!:
Dejad que Barrio Enriquillo
vea crecer sus almácigos floridos
donde vuelan, bajo el cielo y el miedo,
tantas ciguas hambrientas sin pan ni libertad…

¡Entendedme hermanos!:
Nuestra ciudad no puede crecer
cautiva en el desierto
creado con tus manos
insaciables y agresoras.
¡Barahona no puede morir!...

Mirad su litoral agonizante;
oíd el murmullo de infinitas manadas
de mansas gaviotas
desorientadas en su vuelo
sobre el mar azul de la Bahía.

Sabed que somos la ciudad marina,
hermosa y añorada
del sur lejano y feraz…
La ciudad de todos.

Suspendamos, pues,
los desmontes despiadados.
Respetemos su dulce sonrisa
cual niña tierna
bañada en la suave brisa del Caribe…

¡Se lo ruego a ustedes,
pobladores sin techo y sin pan,
por la Santa Cruz de Barahona!.

Hagamos sus hijos, todos unidos,
un solemne juramento:
Salvar el pulmón verde y marino de Barahona,

su rica fauna maderable,
y respiremos el aire puro
del Caribe antillano y legendario
que cual padre generoso,
aún baña la sonrisa
de todos nuestros niños
que cada tarde,
junto a los mangles y las palmeras,
juegan con la esperanza
en la playa cálida del muelle
y en la arena húmeda
del romántico Guarocuya de ayer,
bajo las tardes del estío;
donde nuestras mujeres,
sencillas aldeanas del mercado
y de las fábricas,
aguardan día a día el renacer de la vida.

Barahona, R. D.

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