Aquellos días de mi adolescencia
Julio Gómez F.
(Autor Dominicano,
Cabraleño)
Primera Parte.
¡Cuán breve es el tiempo para los mortales! Hoy observo que mis mejores días
de oro --que son los años de mi adolescencia--, se ausentan fugazmente, igual
que el vuelo indetenible de un ave sin retorno.
Eran aquellos, creo, los mejores momentos de mi vida. De esta tierra de tantos hermosos recuerdos y tantos instantes de bondades, guardo infinitas e imborrables imágenes y vivencias infantiles, y también sueños y anhelos de tantos muchachos ansiosos de ser héroes y de adueñarse del mundo a cualquier costo.
De Cabral –este pequeño y antiguo territorio del sur dominicano, hoy poblado de varios miles de humildes gentes, niños, mujeres y hombres, muchos de ellos pescadores de tradición y labradores de la tierra feraz, que cual lienzo plateado y sin rostro dibujado, se extiende junto al lago dulce y legendario del sur de
Recuerdo que en mi niñez escuchaba las madrugadas los pasos lentos de un cansado, aburrido y no bien tratado caballo, que sumiso estiraba la carreta troteando lento por las estrechas calles del pueblo (especialmente en la principal), en las que con voz tenue y constante de arriero práctico (el barrendero del lugar), conocido y tratado por sus conocidos como “Pirito el hijo de Conejita”. Se trataba del único empleado que tenía nombrado el Cabildo para el aseo y la limpieza de la pequeña ciudad; se le oía entonces en las oscuras madrugadas darle òrdenarle a su obediente y sumiso animal. El barrendero tenia el deber, él sólo y sin ayuda de nadie, de religiosamente barrer y recoger la basura arrojada a las callejas por las poco abundantes familias citadinas, quienes apenas entendían un poquito del valor y el significado de la higiene y la salud pública, y de asear el área céntrica del pintoresco y folklórico pueblo rinconero.
(Próximo número en una semana)
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