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lunes, 16 de julio de 2012

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Aquellos días de mi adolescencia
Julio Gómez F.
(Autor Dominicano, Cabraleño
Segundo

En esos años --lo recuerdo--, la basura era arrojada a las calles por las reducidas familias recluidas en las viviendas de madera y palma (no pasaban de tres las techadas de zinc en todo el poblado) que constituían el pueblo. Familias de clase media, por supuesto.
    También, en Cabral existía una poco numerosa empleomanía de burócratas estatales: guardias, policías, empleados, pequeños funcionarios, incluyendo los del cabildo, y dirigentes políticos, tal y como existen en la actualidad; sólo que hoy en día son mucho más numerosos los servidores del Estado.
    En verdad que uno no alcanza a comprender por qué habiendo en el pueblo cientos de empleados públicos, incluyendo los no menos de trescientos que reciben beneficios del Cabildo local, por lo cual en el municipio ingresa y circula cada mes una fabulosa suma o masa de dinero, tan suficiente como para que se perciba menos la miseria y la pobreza extrema de mucha gente del pueblo.
      ¡Ah!, pero es que en Cabral, en todos sus sectores marginales, han operado y el fenómeno va in crescendo cada vez con mayor fuerza, decenas de bancas de lotería y muchas bancas de apuestas, como también existen decenas de riferos fijos, hombres y mujeres, y decenas de bares, videos, centros cerveceros, billares, casas de juegos ilegales, casas de citas para parejas y hoteles informales para el amor libre.
 
    Guardo en mi memoria las noches de los años 60 y 70 del siglo XX, cuando yo solía despertar en las madrugadas al escuchar el silbido estertóreo de la máquina de Sal y Yeso, que días tras días pasaba próximo al pueblo en dirección al puerto de Barahona, donde más o menos una decena de vagonetas cargadas de sal o de yeso, solían depositaban el mineral. Lo hacían dos y tres veces diario y de noche, a un ritmo incesante y constante.
      
     Muchas veces llegué a pensar y aún hoy lo sigo pensando –y me lamentaba de ello y a un valor de $ 9.50 pesos, que era el valor aproximado de una tonelada de yeso (y a un poco más la de sal), equivalía a miles de millones de toneladas y cientos de miles de millones de pesos el monto de ambos minerales, sustraídos de forma inmisericorde e injusta a los humildes pueblos de Salinas, de Cristóbal y Cabral, dueños únicos y merecedores de dicho importante patrimonio.
¡Pero no! todos esos invaluables recursos, toda esa inmensa riqueza, gran parte de ella debió ser desde el principio ser usada e invertida por los gobiernos de turno a favor del desarrollo y el bienestar de los moradores de los pueblos vecinos, salían de las entrañas de unos pueblos miserables y carentes de bienestar, e iban a parar y a engrosar el patrimonio económico de personas desconocidas, de burócratas que nunca soñaron siquiera ser adinerados.

     Entonces, sin entender porqué, sentía entonces una enorme alegría al escuchar la marcha indetenible de la pesada y ruidosa máquina, en tanto yo forzosamente debía levantarme  a estudiar las lecciones de las clases de la primaria, la intermedia y la secundaria, ansioso de ser el primero en el curso, sacando unas notas excelentes que muchos compañeros de clase, en competencia, deseábamos obtener; porque si no lo hacíamos, la profesora Luisa Antonia Féliz, del cuarto, por ejemplo, Gloria María Pérez, del sexto, Bienvenido Méndez, del séptimo, de aquellos denodados y consagrados maestros de la primaria, quienes me formaron con tanto celo y espero, que el dolor de sus ocasionales reglasos en las manos abiertas, los sentíamos por varios días. Se trataba de educadores amorosos y entregados a nuestra formación pedagógica.  
Para los jóvenes de la época a que me refiero, eran aquellos unos años hermosos, en los que muchos ansiábamos ser en el futuro por lo menos destacados y prometedores profesionales. Tal percepción la tenía yo de mis compañeros Fernando Temístocles Féliz, Romeo Cury, Nelson Nin, Mercedes Acosta, Altagracia Lemoniel, Leidis Féliz, Flamarión Batista, Leonidas Batista y otros tantos de mi época.
 “¡Qué muchacho éste que se parece a un poeta recitando la clase de memoria!”, solía murmurar de mí en el aula la Profesora Luisa Suárez, quien siempre hablaba con un español castizo y casi perfecto.  A ellos los recuerdo cada vez con más cariño al paso de los años!
Yo entonces, sin entender por qué, sentía una enorme alegría cuando escuchaba el ruido matinal de la máquina de sal y yeso; y sé incluso que  a esa hora se estaban levantando, para dirigirse al lago dulce, decenas de pescadores del pueblo a realizar su trabajo, el único que la Providencia ha logrado depararles para su supervivencia y como forma de que puedan mitigar su maldad ancestral heredada de sus antepasados, aunque alguien pudiera creer que la han heredado de la propia naturaleza.

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