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lunes, 15 de octubre de 2012

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JULIO GOMEZ F
(Autor)

El maestro Fósforo y su burrito “Blas”

(Costumbres Populares. Narración)

Hasta años recientes, en Cabral casi todos cocimos a ese popular y folklórico personaje rinconero de nombre “Fósforo”, cuyo nombre de pila era Blas Medrano, que falleció con muchos años encima, como todos sus hermanos, los Medrano, por provenir de una familia genéticamente longeva. Pues del folclórico Fósforo déjenme narrarles, teniendo apeñas un sexto grado de aquellos lejanos años (1925-1935), tuvo la oportunidad de ejercer la labor docene en los poblados del Naranjo y La Lista, a cuatro kilómetros del Rincón (Cabral).
Fósforo era un maestro creativo y folclórico, y además con tanto sabor a campiña, que a sus alumnos solía comprometerlos a cumplir tareas que a ellos les agradaban, como era, por ejemplo, a comienzo de cada semana, los comprometía diciéndoles:
--Cada uno de ustedes deberá traer al aula un producto; este viernes cada cual vendrá con una ahuyama, pues en la clase hablaremos de ella. ¿A ustedes les gustan las auyamas, verdad? Y todos a coro le respodían: “Sí maestro”. Y así lo hicieron los discentes, que eran no menos de veinte en total. Ese viernes, a cada muchacho y muchacha se le veía caminar a la escuela llevando sus cuadernos bajo un brazo y la auhama en la otra, la cual había sido seleccionada con mucho esmero y cuidado (se diría que de las mejores del conuco) por sus laboriosos padres agricultores. Eran tantas y selectas las frutas, que el rincón del aula de clase se observaba florido con las auyamas multicolores y de diversos tamaños.
A cada alumno el maestro Fósforo lo motivaba de tal manera a hablar del rubro de estudio en la clase, que ninguno se quedaba con la boca cerrada, y por ello al profesor se le veía sonreir a carcajadas; al tiempo que de su boca salían bocaradas de humo luego de jalarle a su largo cachimbo la mínima porción de nicotina. Se trataba de un maestro adicto al fumar.
Algunos alumnos sonréian al ver a su maestro arrojando humo por la boca con tanta gracia, mientras les hablaba de las auyamas como fruto y de sus bondades alimenticias. Y de paso les preguntaba a cada alumno de su padre… lo que hacía… si era agricultor… si era laborioso. A cuyas interrogantes ellos le contestaban de manera favorable.
Al final del hogario de clase el Profesor Fósforo despedía con cierto ceremonial y visible satisfacción a sus alumnos, a la vez que les ordenaba a dos o tres a los que les mostraba mayor confianza ganadas por sus hailidades, diciéndoles:
--Venga ustedes conmigo… ayúdenme a montar esto que ustedes han traído a la clase; que no las debo desperdiciar… Y la introducía en un cerón que siempre llevaba consigo. Ydano n brinco se montaba en su burro no sin despedirse con un “adiós” de sus sumisos y obedientes muchachos, diciéndoles ¡”Hasta el lunes, mis hijos, y estudien mucho”.
 Resultaba que a veces otros jóvenes del poblado, quienes no eran estudiantes     --incluidos adultos--, cuando venían a Fósforo montado encima de Blas su burrito trosteador, le murmuraban diciéndole: “¡Allá va Blas (refiriéndose al burrito del maestro), y encima el dueño con su cachimbo en la boca votando humo!”, ante cuya murmuración el maestro les respondía con una leve sonrisa de ciudadano educado.
 
Y al arribar a su morada, en el Barrio Abajo, cuya de los Medrano, al verlo llegar su hermano Adolfo Medrano (Cabano), le recibía con la pregunta: “Blas ¿y qué traíste este viernes del Naranjo? ¡Oh mi hermano! aquí traje auyamas… muchas auyamas”, que esa fue la clase que les dí a los muchachos… Traje el burriquito cargado”.
 
 
A decir verdad, los alumnos del Naranjo en aquellos lejanos años eran locos con su profesor Fósforo y su burrito Blas, por la manera agradable y cariñosa como los trataba; de tal manera, que cuando llegaba mitad de semana, todos ellos le advertían diciéndole: “Maetro, ya tenemos presentes las cosas buenas para que Ud. se las lleve el viernes… Y  en seguida cada uno se destapaba divulgando y adelantando su aporte: Uno decía: “Le traeré unos casabes”; y otro: “yo una yuca”; “lo mío será media docena de huevos”, y otros coincidían expresando lo mismo: “nosotros traeremos guineo maduro”… “Sí –les respondía el educador--, traigan todo lo que ustedes deseen, que yo les seguiré dando lo que ustedes se merecen de mí y de la escuela: mucha educación”.
 

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