JULIO GOMEZ F
(Autor)
El maestro Fósforo y su burrito “Blas”
(Costumbres Populares. Narración)
Hasta
años recientes, en Cabral casi todos cocimos a ese popular y folklórico
personaje rinconero de nombre “Fósforo”, cuyo nombre de pila era Blas Medrano,
que falleció con muchos años encima, como todos sus hermanos, los Medrano, por provenir
de una familia genéticamente longeva. Pues del folclórico Fósforo déjenme
narrarles, teniendo apeñas un sexto grado de aquellos lejanos años (1925-1935),
tuvo la oportunidad de ejercer la labor docene en los poblados del Naranjo y La
Lista, a cuatro kilómetros del Rincón (Cabral).
Fósforo
era un maestro creativo y folclórico, y además con tanto sabor a campiña, que a
sus alumnos solía comprometerlos a cumplir tareas que a ellos les agradaban, como
era, por ejemplo, a comienzo de cada semana, los comprometía diciéndoles:
--Cada
uno de ustedes deberá traer al aula un producto; este viernes cada cual vendrá
con una ahuyama, pues en la clase hablaremos de ella. ¿A ustedes les gustan las
auyamas, verdad? Y todos a coro le respodían: “Sí maestro”. Y así lo hicieron
los discentes, que eran no menos de veinte en total. Ese viernes, a cada
muchacho y muchacha se le veía caminar a la escuela llevando sus cuadernos bajo
un brazo y la auhama en la otra, la cual había sido seleccionada con mucho
esmero y cuidado (se diría que de las mejores del conuco) por sus laboriosos
padres agricultores. Eran tantas y selectas las frutas, que el rincón del aula
de clase se observaba florido con las auyamas multicolores y de diversos
tamaños.
A
cada alumno el maestro Fósforo lo motivaba de tal manera a hablar del rubro de
estudio en la clase, que ninguno se quedaba con la boca cerrada, y por ello al
profesor se le veía sonreir a carcajadas; al tiempo que de su boca salían bocaradas
de humo luego de jalarle a su largo cachimbo la mínima porción de nicotina. Se
trataba de un maestro adicto al fumar.
Algunos
alumnos sonréian al ver a su maestro arrojando humo por la boca con tanta
gracia, mientras les hablaba de las auyamas como fruto y de sus bondades
alimenticias. Y de paso les preguntaba a cada alumno de su padre… lo que hacía…
si era agricultor… si era laborioso. A cuyas interrogantes ellos le contestaban
de manera favorable.
Al
final del hogario de clase el Profesor Fósforo despedía con cierto ceremonial y
visible satisfacción a sus alumnos, a la vez que les ordenaba a dos o tres a
los que les mostraba mayor confianza ganadas por sus hailidades, diciéndoles:
--Venga
ustedes conmigo… ayúdenme a montar esto que ustedes han traído a la clase; que
no las debo desperdiciar… Y la introducía en un cerón que siempre llevaba
consigo. Ydano n brinco se montaba en su burro no sin despedirse con un “adiós”
de sus sumisos y obedientes muchachos, diciéndoles ¡”Hasta el lunes, mis hijos,
y estudien mucho”.
Resultaba que a veces otros jóvenes del
poblado, quienes no eran estudiantes
--incluidos adultos--, cuando venían a Fósforo montado encima de Blas su
burrito trosteador, le murmuraban diciéndole: “¡Allá va Blas (refiriéndose al
burrito del maestro), y encima el dueño con su cachimbo en la boca votando
humo!”, ante cuya murmuración el maestro les respondía con una leve sonrisa de
ciudadano educado.
Y
al arribar a su morada, en el Barrio Abajo, cuya de los Medrano, al verlo
llegar su hermano Adolfo Medrano (Cabano), le recibía con la pregunta: “Blas ¿y
qué traíste este viernes del Naranjo? ¡Oh mi hermano! aquí traje auyamas…
muchas auyamas”, que esa fue la clase que les dí a los muchachos… Traje el
burriquito cargado”.
A
decir verdad, los alumnos del Naranjo en aquellos lejanos años eran locos con
su profesor Fósforo y su burrito Blas, por la manera agradable y cariñosa como
los trataba; de tal manera, que cuando llegaba mitad de semana, todos ellos le
advertían diciéndole: “Maetro, ya tenemos presentes las cosas buenas para que Ud.
se las lleve el viernes… Y en seguida cada
uno se destapaba divulgando y adelantando su aporte: Uno decía: “Le traeré unos
casabes”; y otro: “yo una yuca”; “lo mío será media docena de huevos”, y otros
coincidían expresando lo mismo: “nosotros traeremos guineo maduro”… “Sí –les
respondía el educador--, traigan todo lo que ustedes deseen, que yo les seguiré
dando lo que ustedes se merecen de mí y de la escuela: mucha educación”.
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